Otro país

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Hay muchas cosas que me gustan de España y otras que me inquietan, que me dan miedo, que me hacen sentirme vulnerable y forastero: la facilidad para el insulto, sobre todo, la violencia verbal gratuita e incontrolada, la disposición a no conceder crédito ni tregua ni respeto a quien tiene una opinión distinta o no secunda ciertas modas obligatorias. No me gusta que no haya límites de decoro ni de formalidad ni de buena educación para la grosería. No me gustan los tacos, ni las interjecciones, ni las apelaciones a la genitalidad masculina. Me acuerdo de cuando era niño y veía en Úbeda a los mocetones brutales que iban detrás de pobres tontos aterrados a los que tiraban piedras o gastaban bromas terribles. Ese no es mi país. No entiendo la facilidad con que la chulería se confunde con el coraje, o la mala educación con autenticidad, o la ignorancia jactanciosa con el ingenio, o el sarcasmo cruel con el humor. Y además no quiero acostumbrarme, no quiero resirgnarme a no sentirme ofendido.